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Foto del escritorEl Camino del Yak

Un peregrino en constante laberinto



1.

Así podíamos describir la vida de Iñigo de Loyola, un vasco que nació en 1.491. El número 13 y último de sus padres, la madre murió en el parto o en los tres primeros meses de nacido, no hay total claridad. Su vida estuvo llena de dificultades y como fue caminando siempre en búsqueda, hasta que llegó a lo que quería: a donde Dios lo condujo.


Iñigo fue criado por tres mujeres-madre vecinas y cercanas a la familia que se hicieron cargo del niño recién huérfano. Vivió con la familia del herrero de su pueblo con la señora María Sánchez, luego pasó a la casa de María Garín; casas pobres, a lo mejor sin protecciones de intimidad, en medio de promiscuidades naturales que perjudicaron la imaginación de Iñigo. Miles de dificultades para identificarse con la figura materna, y con su padre igual, debido a que su padre estaba dedicado a otros menesteres, alejado de la casa, no veía mucho por sus hijos. Era un político-militar-cívico intentando recuperar la fama, el dinero, la posición decaída de sus abuelos que habían perdido todo y deseaba volver al estado de riqueza perdida y rehacer el derrumbado Castillo y la dignidad noble de la familia Loyola.


Luego vivió con su hermano al cuidado de su tía política: Magdalena de Araóz, mujer piadosa, espiritual, abnegada y servicial, quien marcó en Iñigo una serie de valores que le van a servir mucho en el transcurso de su vida.


Iñigo creció y se alistó como militar en el ejército vasco-español que se mantenía en guerras constantes con Francia por líos de fronteras. Vanidoso, bastante mundano, con todo el problema de su piscología de niño-oral, lleno de curiosidades, ampuloso, como casi que no nace y no se cría, se llenó de inseguridades, muy curioso sobre todo en los temas de la sexo-genitalidad y afectividad. Parece que en los dos primeros hogares sustitutos le tocó vivir con mucho desorden socio-afectivo y dificultades en torno a cuerpos en conflicto, por peleas, abusos, desorden y mucha indisciplina, todo esto adornado por instintos bastante bajos y llenos de malicias. No había buena privacidad.


Como soldado, eran bastantes sus dificultades con la obediencia y los deseo por sobresalir, pero no le alcanzaba: eran mas los sueños que las posibilidades, oportunidades y cualidades demostrables.


Una bala de cañón le rompió una rodilla y al quebrar la pierna entró en una crisis de salud, que lo tuvo al borde de la muerte. Su ego se sintió muy disminuido en su prepotencia de la figura, eso lo humilló y se sometió a una segunda cirugía para corregir el error técnico de la cojera con la que se vio afectado.


Parece que el día 29 de junio, vísperas de San Juan y San Pedro empezó su recuperación gracias a un milagro, afirma Iñigo. Rehabilitación lenta pero procesual lo fue aliviando y al sentir de nuevo fuerzas, abandonó la tierra vasca y pasó a Cataluña, allí se fue a orar y hacer penitencia para pagar todo el enredo de su vida pasada, en la cueva de Monserrat inició todo un proceso de conversión en la Fe. Parece que la CUEVA, era como el regreso al útero materno perdido, que siempre lo acompañó con un profundo sentimiento de pérdida, de rechazo, de orfandad…que quiso llenar de muchas formas en torno a las figuras femeninas que siempre lo envolvieron y hasta llegar a la Madre de Dios con quien tuvo una relación muy fuerte de intimidad y sentimiento filial. El vientre de María era como otra cueva, donde pudo refugiarse, y reparaba el vientre que no tuvo en la gestación, ni en la infancia al nacer y crecer.

2.

EL laberinto que inició lleno de guerras en su tierra natal y fronteras aledañas, laberintos cerca de Barcelona sin atreverse a hacer un camino pero si lleno de preguntas, incomodidades, frustraciones, deseos de cambiar su vida, no saber por dónde, consultar a un franciscano que lo guio de a poco. Surgió la idea de viajar a los lugares santos en un arranque emocional de creer que por estar cerca de los lugares donde vivió Jesús, iba a aumentar el fervor y convertirse en mejor persona, pagando el pasado tan díscolo y enredado. Pudo viajar en medio de dificultades y tormentas por el Mediterráneo. Estuvo algunos días pero fue despachado de nuevo, aspecto vital que le dolió mucho y se sintió como abandonado de la vida como siempre lo había estado. El temor con el que fue amenazado para que regresara, que fue la excomunión, lo hicieron dejar el objetivo de vivir cerca de Jerusalén, Belén, Nazaret, el lago y el rio Jordán. Esto marcó otro rechazo y una pérdida en sus objetivos frustrados, una herida más en su ego dolorido “infantil y adulto”.


Todo esto fue aumentando la depresión, ese “subeybaja” que marcó su vida mas los sentimientos de culpabilidad porque creyó que era culpable porque su nacimiento fue la causa de la muerte de su madre. Leit-motiv en su vida: la lucha de la vida con la muerte. Ese miedo lo elevó además a ser desterrado de la Iglesia a la que fue queriendo como Madre, figura muy clave en su vida.


Muerta su madre y luego su padre Beltrán Ibáñez de Loyola cuando tenía solo 16 años y fuera de eso toda la ausencia paterna, lo sumieron en un roto de imitación con la figura del padre, que lo convirtieron en un ser indómito, desobediente, con un ego fuerte y agresivo, fanfarrón, fantasioso.


Al verse solo y desprotegido pidió consuelo y estima para intentar defenderse de los estragos que le hacía la vida. Se alineó en el ejército para ver si allí llenaba tanto vacío psicológico y emocional. Era un vasco testarudo, severo, taciturno, intransigente, inconforme, con carácter áspero, y de una dinámica muy variable en sus estados de ánimo.

Pero todas esa SOMBRAS, al mismo tiempo fueron sus cualificaciones que lo llevaron por tanto LABERINTO, con los objetivos bien marcados, con las relaciones humanas muy criteriosas para marcar a los otros con muchos amigos y con demasiados enemigos que acompañaron su vida por diferentes lugares geográficos importantes: el país vasco, España, Italia, los lugares santos y al final París.


Con el afán de reconstruir la figura materna tuvo unas relaciones muy importantes con lo femenino, amigas en todas partes, sublimó parece con ellas y sus imágenes, los afectos perdidos y no conseguidos.


La Madre María fue su protectora y puente para ir al Padre. Un cuadro de la virgen con pechos saludables, le causaba pensamientos y recuerdos bastantes oscuros y enredados que le hacían rememorar los senos de tanta mujer que conoció y sobre todo el vientre de Magdalena de Araoz, la esposa de su hermano, quien lo acogió en su hogar, a donde fue a refugiarse cuando era niño y preadolescente.


En un momento de su vida viajó de nuevo desde lejos para algún rincón de España, dizque para arreglar un asunto viejo y personal: probablemente una hija que nació en su juventud; pedir perdón, ajustar cuentas pendientes en lo económico y saldar la deuda afectiva. Estaba repitiendo las conductas desordenadas de su padre y dos de sus hermanos que se sepa, quienes tuvieron hijos por fuera de su matrimonio.


Su ego lleno de pérdidas y problemas, inseguridades y desastres emocionales, lo condujeron con el tiempo a señalar que la clave del ser humano está en diseñar un PRINCIPIO Y FUNDAMENTO, claro y fuerte que no haga temblar, sino que “segurice” el camino de la vida. Por eso esto es como el piso de todos los Ejercicios Espirituales: tener una diana a la que apuntar.

3.

El cuarto voto hecho al Papa, era la forma que tenía Ignacio para obedecer, algo que nunca hizo, era la manera de entregar en el Padre y su figura primordial de la Iglesia, su voluntad. ¡Su vida estuvo envuelta en sufrir sin quejarse!


Su ego, débil ahora al final de su vida, por lo menos en disponibilidad, fue ascendiendo en entregarse a la Voluntad del Papa, de Jesús, del Padre, de la Trinidad y desde allí, dominar las culpas que lo hacían un ser atormentado, esa vida bastante libidinosa que vivió, ahora por su generosidad, le servirá para que el apostolado y las conducta groseras que tuvo en su vida, repararan tanto pecado; entregándose en las manos y voluntad de otros mas grandes.


Todo se fue transformando en Ignacio de ese Iñigo del pasado horroroso, lleno de dificultades, con esencia laberíntica. Su carácter escrupuloso lo hacía examinar y revisar constantemente el camino y lo que recorría a toda hora. Su firme resolución y determinación eran el acicate alentador que lo guiaba, era la flecha de su vida con objetivos claros. Su enfermedad era ante todo CREATIVA, siempre buscando soluciones. Por ser maniaco, cambió todos sus ideales desde el EGO NARCISISTA, para convertirse en un HEROE ASCETICO.


No tenía rasgos esquizofrénicos porque ésta enfermedad en sus síntomas mas sobresalientes, nunca aparecieron: 1- Trastorno de pensamiento y Ignacio era muy claro. 2- Alteración del lenguaje, tuvo una gran facilidad para expresarse, escribiendo. (Escribió mas de 7.000 cartas de todo tipo casi todas para dirigir, los Ejercicios Espirituales, las Constituciones, su Diario Espiritual y otros temas muy inclusive en la época. 3- Insipidez de afecto, parece que era, no solo muy afectivo sino pegajoso con lo femenino. 4- Alucinaciones auditivas mas que las visuales, y parece que Ignacio escuchaba fácil al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y le alcanzaba para conversar con María.


Ignacio poseía una CONCIENCIA AUMENTADA (alterada) para captar muy rápido la realidad y saber dónde estaba parado y qué debía hacer. De ahí que resolvía problemas a toda hora y de todo tipo.


Todo esto lo conduce a la vida mística; que le ayudó a sublimar el ego crecido que tuvo, para dar nacimiento a un VIRTUOSO enérgico, con un masculino atrayente y lleno de afectos delicados en medio de su severidad y fuerza. Esas casas infantiles donde vivió, ahora eran la fuerza para no tener ambigüedades. Ese abandono que sufrió en sus primeros años, los corrigió ahora entregándose al Padre y a la Madre con toda su espiritualidad limpia y transparente.


El abandono en la vida ahora, lo cambia por la entrega como ABANDONADO en manos de la Trinidad.


Allí siente la fuerza de Dios y la alegría de haber fundado la Compañía de Jesús. (Nunca pensó en su nombre para la orden).


La mística lo envolvió en LÁGRIMAS a toda hora, sobre todo al celebrar la Eucaristía, donde lloraba copiosamente y casi que no podía celebrar. Esas lágrimas no solo eran el recuerdo de su pasado, y las culpas que todavía expiaba, sino su impotencia emocional, su vida abrumada por el desorden sobre todo sexual-genital y de agresividad que tuvo para enfrentar la vida, con tanta desobediencia y terquedad.


Ignacio convirtió su personalidad en un ser TRANSVALUADO, cambió todo su esquema de valoración para vivir, por los que copió de Jesús al final de su vida. Fueron unas figuras muy importantes, mas por como lo leyó Ignacio, el encuentro con los franciscanos de Monserrate y de Jerusalén quienes lo fustigaron duro, pero Ignacio los leyó como TRANSFERENCIA psicológica y descubrir a la figura paterna que manda, que tiene ascendencia, que genera el ancestro que debemos obedecer y respetar por jerarquía. Eso lo va a conducir a buscar y entregar la Voluntad de Sentido a la Trinidad y poner a la Compañía al servicio de la Madre Iglesia en manos de la Madre Santísima. Y tercero a volverla desde el principio una Compañía al servicio de las gentes, con el Apostolado-Misión. La Compañía no es para cuidar el monasterio sino para salir a predicar-evangelizar, es lo de afuera lo que nos llama, nos necesita y la razón de ser: las gentes frágiles, vulnerables y marginadas.

Por eso al copiar las actitudes, inteligencias y modos de proceder que tuvo San Ignacio, todo Jesuita actúa así:

1. Utilitario.

2. Defensivo del yo.

3. Valorando cada instante (tanto cuanto).

4. En función del conocimiento. Y al servicio de las gentes.

Porque para un Jesuita no hay diferencia entre lo material y lo espiritual es una unidad creada y con necesidad de Salvación.


La ciencia y la fe, no se excluyen, son fuerzas de la misma vida que hay que unificar porque ambas conducen a Dios Creador. Cada uno es un ser material pisando el pantano, pero con la tarea de volar hasta el cielo de las transformaciones. (Las fuerzas de la espiritualidad y de la mística).


Así como Iñigo fue transformándose, hasta convertirse en Ignacio y luego en Santo, aunque tuvo laberintos peligrosos y difíciles fue TRANMUTANDOSE en la vida y cambió sus valores para vivir con determinación y voluntad de sentido que es lo mismo que apuntar a objetivos claros y llegar a ponerse en las Manos de la Trinidad y cumplir la voluntad del Padre.

Eso es cumplir con la dinámica del Resucitado que nos propone al final de los Ejercicios Espirituales cuando nos deja para siempre la eterna meditación y contemplación para alcanzar AMOR.


Que éste acercamiento a la psicología de Ignacio nos de luces para actuar por nuestro camino de Laberintos. Que la gracia de Dios nos llene el corazón abandonado que tenemos y ese abandono nos permita entregarnos a la misión, a la comunidad, a la voluntad del Padre y dejarnos habitar por la Trinidad en compañía de la Madre María quien refugió como madre sublime la falta de feminidad y maternidad sufrida por nuestro fundador. Y que el ego narcisista de Ignacio nos transforme en héroes serviciales y bondadosos.

Julio 31 de 2.015

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