Esta segunda parte de la SEGUNDA SEMANA, es el encuentro con el Jesús de siempre que apenas estamos descubriendo a raíz de la teología bíblica.
En estos 20 siglos, la ignorancia de todos nos pintó un evangelio como si fuera historia y todo lo que ocurrió en la vida de Jesús y sus alrededores fueron narrados como si fuera el periódico de la época, como si fueran consignando día a día los eventos del Señor por Galilea, Samaria y Jerusalén. Pero hoy con un descubrimiento sensacional hay que distinguir entre un Jesús histórico y el Cristo de la Fe.
Voy a poner un ejemplo: usted puede distinguir entre un Bolívar real que nació en Caracas, murió en Santa Marta, que era pequeño de estatura, que sufrió mucho en su vida afectiva, hijo de un español rico en Venezuela y que nos dio la libertad con un sueño que se propuso de sacar a los españoles de América. Mas no sabemos…pero resulta que, sobre ese, el importante es el Bolívar-Histórico, el que recordamos, el famoso, el que debemos un acto extraordinario: el de la libertad. Aquel que se comprometió con una causa liberadora y la llevó a cabo montando a caballo por cinco pises para convencerlos que debían sacar a los españoles y asumir la libertad.
Con este símil de Bolívar, podemos abordar la distinción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Hay un Jesús histórico que nació en Nazaret, estuvo opaco dedicado a las labores del campo, un día se fue de la casa-clan y se hizo bautizar por Juan Bautista, en el rio Jordán. Tomó la decisión de vivir predicando y reuniendo un grupo de discípulos que le ayudaran. Murió en la Cruz.
Pero a partir de éste que nació-vivió-murió comenzó gracias al Espíritu Santo, comenzó el Cristo de la Fe, que es el importante, el válido, quien nos cambió la vida, quien nos invitó a la transformación, gracias a su vida y muerte en la cruz.
Esta distinción entre los dos, fue muy importante y gracias a la primera comunidad cristiana, la “historia” de Jesús pasó a un segundo plano y comenzó una vida de compromiso entre esos primeros creyentes que se unieron, dejaron el miedo, cambiaron la forma de vivir la religión por la fe, se juntaron para celebrar el Pan, dieron de comer a las viudas y huérfanos, hacían oración juntos y aguantaron las persecuciones desatadas por Nerón y otros emperadores romanos.
Desde ahí brotó la fuerza de Jesús alimentada por el Espíritu Santo que nos guía, nos conduce por la vida y a cada uno le sopla la voluntad de Dios.
Dejaron de recordarlo como vivencia y pasaron a vivir predicando, acompañándose en las tareas y sufriendo la “cruz” del martirio y las persecuciones. Hicieron de la vida un seguir a Jesús hasta el final.
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